Durante más de sesenta años, a lo largo de buena parte del siglo XIX, la Reina Victoria gobernó con mano de hierro en Reino Unido. En aquellos tiempos, el país era una de las principales potencias mundiales gracias sobre todo a sus colonias, y la reina consiguió llevar aun más lejos ese dominio. Instigada por los cambios que estaban llevándose a cabo a través de la Revolución Industrial, la era victoriana supuso un punto de inflexión importante en muchos sentidos. No se trata solo de crear una nueva forma de trabajo, sino de la eclosión definitiva de las distintas clases sociales, que ya no tenían nada que ver con lo que había en la era medieval. Ahora había nobles que habían hecho fortuna gracias a sus negocios, junto a los nobles de rancio abolengo, que mantenían su estatus desde hacía siglos. Ellos eran la más alta alcurnia, la nobleza que se encargaba de dirigir el país desde el Parlamento, comandados siempre por la propia Reina Victoria.
La era victoria ha sido habitualmente romantizada en muchas ficciones históricas por ser un periodo de supuesto esplendor cultural. Y no es que no fuera así, pero como en todo, también cuenta con una parte oscura que suele ocultarse. Fue la era del esplendor de los ingenios ingleses, del establecimiento pleno de la democracia, pero también de los crímenes más atroces, como los de Jack el Destripador en la Londres de finales del siglo XIX. Además, la era victoriana fue una época de gran represión sexual, algo que venía seguramente dado por la propia imagen que la Iglesia Anglicana tenía del sexo. La decencia y el decoro público eran imprescindibles en cualquier salón importante, y esto creaba, irónicamente, un gran contraste con la depravación que existía de puertas para adentro, en los hogares. Como suele ocurrir en este tipo de casos, cuando se intenta cercenar la sexualidad o ponerle tabúes, al final la represión acaba provocando el efecto contrario. Y en este artículo vamos a analizar detenidamente cómo se trataba al sexo en aquella era tan importante para la historia británica y mundial.
Cambios en las clases sociales
A finales del siglo XVIII comienza un proceso importantísimo conocido como Revolución Industrial, que provoca un cambio de paradigma en Inglaterra en el siglo XIX. Se empiezan a crear fábricas y el trabajo se lleva a cabo por parte de obreros, de clases bajas y humildes, para los nobles y los propietarios de esas fábricas, que suelen ser de clases altas. Es el principio del cisma que dura hasta hoy, el de las clases sociales que además cada vez se diferencian más y más. En aquella época comienzan a crecer las ciudades gracias a los barrios obreros, en los que las clases bajas dormían antes de marcharse a trabajar a las fábricas. La Iglesia deja de tener tanta fuerza, al menos de facto, pero sus enseñanzas y su poder de represión siguen intactos, como vamos a comprobar a continuación.
Época de represión sexual
Durante la época victoriana se da una represión sexual brutal en toda Inglaterra, algo extraño, por otra parte, mientras que en el resto de países las costumbres sexuales se iban normalizando cada vez más. Sin embargo, seguramente por la influencia del anglicanismo, la Reina Victoria decidió crear leyes para favorecer la decencia y tratar de mantener el sexo como un tabú fuera de la sociedad. Las parejas, de hecho, solían llegar célibes al matrimonio, y las mujeres debían vestir de forma muy recatada, con amplios vestidos que incluso taparan sus formas femeninas. Todo ello para evitar que los impulsos sexuales se entrometieran en los asuntos más altos, como la política, el comercio o la religión. El sexo era visto como algo malo, sucio, poco elevado, e incluso se señala a la mujer como provocadora de todos los males del mundo, con una misoginia que resulta sorprendente.
El papel de las prostitutas
La represión en la era victoriana era tan intensa que provocó, de hecho, un impacto en la vida sexual de los hombres y mujeres de la época. Si bien ellas, tratando de mantener la compostura y ser recatadas, guardaban las formas y se mostraban totalmente tímidas en público, los hombres no podían aguantar tanto. Daban rienda suelta a sus más bajos instintos en cuanto tenían ocasión, con sus propias esposas, con amantes, e incluso con prostitutas. Porque también en esta era de represión sexual, las trabajadoras sexuales seguían campando a sus anchas por la calle. O casi, porque todo el mundo sabía dónde encontrarlas, incluso cuando debían “ocultarse” por un tiempo.
Las prostitutas solían ubicarse en la periferia, en los barrios obreros, al ser ellas mismas de clase baja en la mayoría de ocasiones. También existían prostíbulos algo más discretos en zonas cercanas a estadios, teatros y lugares de ocio masculino, para aprovechar el tirón. Muchos hombres, incluso casados, debían buscar refugio sexual en estas chicas, ya que sus parejas y esposas preferían ser castas incluso dentro del matrimonio. La idea de la perversión del sexo caló demasiado hondo, hasta mutilar la propia experiencia sexual de los varones de la época. Las prostitutas ofrecían sus servicios por precios muy bajos, y muchas de ellas cayeron también víctimas de una nueva plaga, las drogas. De hecho, las víctimas del famoso Jack El Destripador eran todas prostitutas.
Masturbación y métodos anticonceptivos
Curiosamente, y en paralelo a esta represión sexual tan dañina que tuvo lugar en la segunda mitad del siglo XIX en Reino Unido, también se crearon formas nuevas de disfrutar del sexo. Hablamos de los primeros masturbadores eléctricos, que fueron creados en la década de 1870 por un médico. Y es que estos primigenios vibradores eran imprescindibles para poder aliviar a aquellas mujeres que parecían sufrir de Histeria Femenina, una supuesta enfermedad que afectaba solo a las hembras, y que tenía lugar después de haberse masturbado demasiado en su juventud. Se pensaba que la masturbación, tanto para el hombre como para la mujer, llegaba a volver loco a aquel que la practicaba demasiado. De hecho, se recomendaba no comer alimentos picantes y hacer mucho ejercicio para evitarla.
Todo esto subyace del concepto maniqueo de que el sexo es algo malo siempre que no tenga finalidad reproductiva. Es decir, cada vez que busquemos el placer a través del sexo estamos siendo unos pecadores y rebajándonos a la moral más penosa. Pero, ¿qué ocurría cuando se quería evitar el embarazo? Según se cuenta, para que la mujer no quedara embarazada después de un coito, debía cabalgar a caballo por un terreno irregular. Otra opción era ponerse a bailar inmediatamente, como si de esa forma los espermatozoides no pudieron llegar a fecundar el óvulo. Pero tal vez la creencia más loca y absurda de todas era la que se refería a los coitos que tenían lugar en una escalera. Según parece, el niño que naciera producto de uno de esos coitos saldría con la espalda totalmente torcida, al no haber sido concebido en una cama propiamente dicha y en horizontal.